A cuenta del Congreso de Mérida: una reflexión

Han pasado dos semanas desde la finalización del Congreso de Mérida y en este tiempo l@s colegas más diligentes ya han escrito una o más crónicas sobre los diversos aspectos del Congreso. Y, aunque tarde, me planteo ¿qué hay mejor para reactivar el blog después de unas largas vacaciones que escribir sobre el Congreso? Pues, probablemente pocas cosas porque no deja de ser un lugar donde varios cientos de trabajadores y trabajadoras sociales, de distintos lugares y culturas, con distintas mochilas de experiencia y conocimientos se juntan para poner en común todo ese bagaje.

Se han destacado los números “oficiales” del Congreso: más de 1200 congresistas de 14 países, 285 comunicaciones presentadas, 25 mesas de debate, talleres y otras actividades compartidas…   Pero también l@s colegas que me han precedido han analizado las bondades y las desventajas de semejantes números: la coincidencia de actividades que impedía seguir, a veces, temas que te interesaban, la falta de plazas en muchas de las actividades que no permitía acceder a los temas de interés, las carreras de un lado a otro porque las actividades estaban alejadas, etc. Comparto todos esos análisis y me gustaría aportar unas reflexiones sobre cómo viví el Congreso y qué me sugirió.

Hacía muchos años que no asistía a un Congreso Estatal de Trabajo Social, la vida da muchas vueltas y no me había sido fácil participar en las últimas ediciones, aunque sí lo hice mucho tiempo atrás. Dicho esto, una de mis principales motivaciones era poder pulsar la profesión ahora y aquí, a finales de la segunda década del siglo XXI, y qué edición mejor que la que aprovecha para celebrar el centenario de Social Diagnosis de Mary E. Richmond, obra clásica del Trabajo Social por excelencia, cuya imagen actualizada hemos incorporado en productos de merchandising (como la taza que acompaña esta entrada), que tampoco está mal que hagamos “propaganda” de nuestra profesión y nuestras pioneras.

Reconozco que tengo una relación extraña con Mary Richmond, en mi época de estudiante era prácticamente la única autora clásica que nos nombraban y su obra, Social Diagnosis, era una referencia, pero tampoco es que fuera objeto de estudio profundo (ni siquiera recuerdo haber visto el libro publicado en español hasta años después); era como una sombra que acechaba pero que no estaba realmente presente en nuestros estudios (de las otras pioneras, porque es importante recordar que la mayoría fueron mujeres, prácticamente no teníamos noticia). Pero más allá de ese leve conocimiento inicial, reconozco que el diagnóstico social me ha interesado, tanto desde la perspectiva de la intervención como desde la gestión de los servicios sociales.

El Congreso ha sido, pues, un buen momento para reencontrar a esas mujeres que tanto hicieron por construir una profesión y una disciplina académica que tuviera una autonomía propia, que no fuera subordinada a otras, sino que se planteara como una igual entre las diversas que atendían a las personas. Es difícil encontrar mujeres referentes de todas las profesiones y en la nuestra, que tenemos tantas, vamos y las tenemos escondidas, como si no nos atreviésemos a mostrarlas, a estar orgullos@s de ellas en la distancia.

Pero el Congreso también es un momento para reencontrar viejos y nuevos colegas, en todo caso mucho más actuales. Compañer@s de la época de estudiante, de la Coordinadora Estatal de Alumnos y Alumnas de Trabajo Social (una interesante experiencia que merecería una entrada alguna vez). Y, a la vez, conocer, por fin, a aquellas personas que las redes sociales nos han acercado y a las que hemos leído, hemos seguido, de los que hemos aprendido tanto. Las redes sociales virtuales son un potente elemento para crear redes reales, pero necesitamos de estos (y otros) espacios para desvirtualizarnos, para que la proximidad sea real.

Uno de los temas que más se ha tratado en diversas entradas de blogs ha sido la organización de los contenidos y los tiempos. Decía antes que se ha destacado el Congreso por sus números: profesionales inscritas, comunicaciones propuestas y presentadas, actividades diversas… Coincido que han sido excesivas, no sólo porque el número total de comunicaciones fuera elevadísimo para dos días de Congreso (que lo es) sino porque en cada sesión se presentaban tantas comunicaciones que impedían lo que, desde mi punto de vista, debía ser el elemento clave del mismo: el intercambio profesional.

Los congresos son, o deberían ser, espacios de intercambio entre profesionales, momentos para compartir el conocimiento adquirido por las diferentes vías (la práctica, la academia…). Compartir el conocimiento implica necesariamente la disponibilidad de espacio para el debate y la reflexión conjunta, en caso contrario, se trata de un remedo de clases magistrales donde cada autor/a va “a hablar de su libro” sin opción al debate. 

Confieso que mi interés en participar en el Congreso con una comunicación, con todo lo que supone de esfuerzo escribir primero una propuesta y después un texto completo que tenga sentido y pueda ser interesante, radicaba en la posibilidad del intercambio con los y las asistentes y el resto de comunicantes; era esa mi principal motivación, saber qué pensaban otras personas de aquello que les proponía.

Porque el verdadero aprendizaje se obtiene de ese intercambio, no del hecho de hacer una presentación y obtener el correspondiente certificado y para mí, quizás ya por el camino recorrido, participar en un evento de estas características tiene sentido si es posible ese intercambio. De ahí que el apretadísimo programa del Congreso me haya decepcionado un poco: no tener espacios de debate profesional en un acto que se celebra cada cuatro años me parece un error que debería subsanarse. Quizás no debamos centrarnos tanto en lo cuantitativo y más en lo cualitativo. Pero, tenemos una ventaja, los blogs se han mostrado como una herramienta interesante para una evaluación pausada y profunda y deberían contribuir a mejorar la próxima edición.

Coincido con Israel Hergón (aquí) en cuanto a la necesidad de mejorar nuestras presentaciones para darles un mayor dinamismo: las presentaciones no son transcripciones de las comunicaciones a un powerpoint, han de sintetizar las principales ideas y han de ser capaces de captar la atención del público. Además, especialmente cuando los tiempos son tan ajustados, es necesario diseñar presentaciones para cumplirlos, para que tod@s l@s ponentes tengan las mismas oportunidades. Teniendo en cuenta lo importante que es la comunicación en el Trabajo Social debería hacernos reflexionar el hecho que le dediquemos tan poco tiempo a las habilidades comunicativas.

Para concluir esta entrada, con la idea de ver si consigo lo que no pude conseguir en las apretadas sesiones, adjunto la presentación que hice (a la que he añadido audio) para animar a profesionales interesadas en debatir sobre el diagnóstico social a comunicarse conmigo (también acepto sugerencias sobre la presentación 😉 ).



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